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La formación de los Pirineos

Faja de las Flores, Ordesa, La formación de los Pirineos
Comprender la formación de los Pirineos tal como los conocemos hoy es un ejercicio de imaginación que nos invita a retroceder en el tiempo.

Hubo un momento en el que estas montañas no existían, cuando en su lugar se extendían mares antiguos y paisajes insólitos, ajenos a la majestuosidad de las cumbres actuales. La formación de una cordillera es un susurro en el lenguaje de la Tierra, un proceso lento e imparable que desafía la fugacidad humana. Viajar en el tiempo a través de sus rocas es descubrir una historia escrita con energías ancestrales; fuego, agua y colisiones titánicas, un relato de transformación que aún sigue escribiéndose.

Los Procesos Geológicos en la Formación de las Cordilleras

Para entender cómo se han formado los Pirineos, es necesario adentrarse en los procesos geológicos que dan forma a las cordilleras.

La elevación de estas rocas desde su lugar de formación, hasta las distintas cumbres, se denomina orogenia. Este proceso se explica a través de la tectónica de placas.

La tierra está formada por una serie de capas concéntricas desde el núcleo hasta la corteza. La corteza esta formada por piezas gigantes y encajadas unas con otras. Sin embargo, esta corteza no es una superficie inmóvil, sino un mosaico de gigantescas placas litosféricas que flotan y se desplazan lentamente sobre el manto. Este movimiento se debe al calor interno de la Tierra, que genera corrientes de convección: masas de material que ascienden desde el interior hasta la superficie en las zonas donde las placas se separan, y que descienden en los lugares donde las placas colisionan.

Al chocar dos placas, los sedimentos acumulados en estratos ven reducido su espacio disponible, lo que obliga a estos materiales a adaptarse a la nueva disposición, plegándose, rompiéndose y superponiéndose unos sobre otros.

A lo largo de millones de años, estas rocas, se elevan hasta dar forma a una cadena montañosa. Sin embargo, estas nuevas cordilleras comienzan a ser atacadas por agentes erosivos, como ríos, glaciares y viento, que modelan el terreno y crean formas características. Los sedimentos generados por estos procesos erosivos son transportados poor los rios y depositados en las cuencas de sedimentación. Con el paso del tiempo, estos materiales pueden convertirse en la materia prima de una nueva cordillera, en un proceso cíclico que conocemos como ciclo orogénico .

Hemos visto como de forma general los procesos geológicos presentes en la formación de la cordillera, ahora veremos la consecución de estos procesos que han llevado a la formación de los pirineos.

Las raíces de un viejo Himalaya.

Las rocas más antiguas que se encuentran en los Pirineos datan de hace unos 550 millones de años, correspondientes al Cámbrico y, más tarde, al Ordovícico . Estas rocas metamórficas, como pizarras y cuarcitas, se presentan en pequeños afloramientos, como en el collado de Viados hacia Estós o en el norte de la cresta de Bachimala.

A comienzos del Paleozoico, un extenso océano dominaba el territorio donde hoy se alzan nuestras montañas. En aquel entonces, esta región se ubicaba en el hemisferio sur. Durante millones de años, los sedimentos acumulados en los fondos marinos se compactaron formando estratos rocosos. Posteriormente, muchos de estos materiales sufrieron transformaciones mediante procesos metamórficos.

Durante el Devónico, hace aproximadamente 380 millones de años, se formaron las características calizas marinas blancas que hoy distinguen la zona central pirenaica. En aquel período, la región disfrutaba de un clima subtropical con extensos arrecifes de corales que crecían en aguas cálidas y poco profundas. En estas condiciones, los sedimentos se fueron depositando progresivamente junto a partículas de carbonato cálcico. Este proceso ha dejado como testimonio una abundante cantidad de fósiles de arrecife, incluyendo corales y crustáceos hoy extintos. Ejemplo de estas calizas lo tenemos en peña Foratata (valle de Tena) o en el Vignemale.

La orogenia Varisca

Hace aproximadamente 300 millones de años, los continentes se empiezan a juntar formando un supercontinente llamado Pangea, los movimientos convergentes de placas tectónicas generaron una colosal cordillera de unos 3.000 km de longitud por 1.000 km de anchura. Los espectaculares pliegues y estructuras tectónicas que sustentaban esta antigua cadena montañosa son hoy claramente visibles en amplios sectores del Pirineo central.

Formación de los Batolitos Graníticos y los metamorfismos de contacto

Paralelamente a estos procesos orogénicos, enormes volúmenes de magma ascendieron a través de la corteza terrestre, cristalizando en profundidad y formando extensos batolitos graníticos. Estos cuerpos ígneos, que actualmente afloran en macizos como Panticosa, Néouvielle, Perdiguero y Maladetas, constituyen hoy las cumbres más elevadas y resistentes de nuestra cordillera.

El calor liberado por el magma generó un intenso metamorfismo de contacto que transformó las rocas adyacentes: las calizas se convirtieron en mármoles y corneanas, las arcillas en pizarras, y las areniscas en resistentes cuarcitas.

La Era de la Erosión: Afloramiento de Permotrias y el colapso varisco

Una vez concluidos estos procesos de formación y plegamiento, comenzó un prolongado periodo de erosión que se extendió hasta el Triásico, desgastando y modelando el relieve.

Durante el Pérmico, hace 260 millones de años, la intensa erosión dejó al descubierto rocas paleozoicas que se habían formado a gran profundidad. Estos afloramientos, compuestos por lutitas, areniscas y conglomerados de característico color rojizo son rocas blandas y mas propensas a la erosión. La dificultad para establecer el límite exacto entre los períodos Pérmico y Triásico ha llevado a denominar a estas formaciones como Permotrias.

A medida que la orogenia varisca entra en su fase de colapso, el progresivo adelgazamiento de la corteza favorece el ascenso de magmas profundos. Estos procesos ígneos dan origen a algunos de los relieves más emblemáticos del Pirineo, como el Anayet o el Midi d’Ossau, cuyas formas actuales testimonian esta intensa actividad magmática.

Fragmentación del Supercontinente y Formación de los Océanos Modernos

Tras la erosión del orógeno Varisco, el antiguo supercontinente comenzó a fragmentarse, dando paso a la apertura de los océanos modernos. A medida que estas cuencas marinas se expandían, se acumularon grandes espesores de sedimentos, especialmente durante el Cretácico Superior, donde predominaron las calizas en ambientes carbonatados.

Sobre estas calizas se depositaron posteriormente yesos, producto de condiciones más restringidas y episodios de evaporación en un clima cálido. Finalmente, el magmatismo asociado a la distensión de la corteza generó la intrusión de ofitas, rocas ígneas que sellaron esta etapa de evolución geológica.

La orogenia alpina

El origen de los Pirineos

Hace 80 millones de años se inicia con una etapa compresiva que levanta las montañas pirenaicas al colisionar la placa ibérica con la euroasiática empezando por el este y a lo largo de millones de años propagándose hacia el oeste.

Se produce al mismo tiempo la sedimentación en los golfos pirenaicos que se van formando al juntarse las dos placas y la deformación de estos estratos con los plegamiento y cabalgamientos.

Desde el Cretácico hasta el Eoceno, la región experimentó una sedimentación inicialmente marina, que fue transformándose en continental hacia el Neógeno. Este cambio ambiental se consolidó en el Eoceno, época hasta la cual podemos encontrar fósiles marinos. A lo largo de estos millones de años, se depositaron sucesivas capas de sedimentos, formando calizas, areniscas, lutitas y margas, que reflejan la transición de un ambiente marino a uno cada vez más influenciado por sistemas terrestres.

Las Turbiditas: Testigos de Antiguos Fondos Marinos

Unas rocas muy especiales son las turbiditas. Estas formaciones geológicas nos cuentan una historia fascinante de antiguos fondos marinos, entre 800 y 2.000 metros bajo la superficie.

El origen de estas rocas nos transporta a un tiempo en que poderosas corrientes de turbidez actuaban como gigantescos correos submarinos. Estos flujos, desencadenados por terremotos o tormentas, arrastraban ingentes cantidades de sedimentos desde la plataforma continental, superando el talud para finalmente depositarse en las llanuras abisales.

Lo más fascinante es el ritmo con que se formaron estas rocas. Durante los episodios más violentos, las corrientes depositaban primero los granos más pesados, creando capas de areniscas. Luego, cuando la calma volvía a las profundidades, los sedimentos más finos se asentaban pacientemente, formando las lutitas. Esta danza entre la furia y la tranquilidad, repetida una y otra vez a lo largo de milenios, dio origen a las características turbiditas que hoy admiramos en el Pirineo.

La Cuenca del Ebro: Depresión y Sedimentación Lacustre

Con el levantamiento de los Pirineos, la Cuenca del Ebro comenzó a hundirse, actuando como una gran depresión que recibía sedimentos erosionados de las montañas circundantes. Los ríos transportaban estos materiales hacia un vasto lago interior, que no solo acumulaba aportes pirenaicos, sino también sedimentos procedentes de la Cordillera Ibérica y la Cordillera Costero-Catalana. Durante este período, predominó una intensa sedimentación lacustre, con depósitos de arcillas, calizas y yesos.

Sin embargo, este sistema cambió drásticamente cuando el lago encontró una salida hacia el Mediterráneo. Al desaguarse, la cuenca adoptó su configuración actual, dando lugar al curso fluvial del Ebro tal como lo conocemos hoy. Este evento aumentó significativamente la energía de los ríos, ya que al reducirse el nivel base (la cota final de desagüe), ganaron capacidad erosiva. Desde entonces, los procesos glaciares y fluviales han sido los principales responsables del modelado del relieve, esculpiendo los Pirineos y tallando los paisajes que perduran hasta nuestros días.

El Cuaternario: La Era de los Glaciares y su Impacto en el Relieve Pirenaico

Durante el Cuaternario, especialmente en los últimos 2 millones de años, la cordillera pirenaica experimentó repetidos episodios glaciares. Estos periodos fríos cubrieron las cumbres y valles con extensos mantos de nieve y hielo, que actuaron como poderosos agentes erosivos y modeladores del relieve.

La última gran glaciación alcanzó su máximo hace aproximadamente 65.000 años, cuando gruesas lenguas de hielo descendieron por los valles, esculpiendo circos, abrasando laderas y depositando morrenas. Este legado glacial se aprecia con claridad en el norte de Sobrarbe, donde el paisaje actual —con sus valles en forma de U, lagos de origen glaciar y terrazas sedimentarias— es testimonio directo de la intensa actividad de los hielos pleistocenos.

Hoy, aunque los glaciares han retrocedido, su impronta permanece como un archivo natural de los cambios climáticos del pasado y un elemento clave para entender la evolución geomorfológica de los Pirineos.

Bibliografía

Guía Geológica del Pirineo.  Ánchel Belmonte Ribas

Recursos Didácticos del Geoparque Sobrarbe Pirineos.

Sobre nosotros

Somos una cooperativa de guías de montaña, barranquismo y escalada, afincada en el corazón del Pirineo, el Sobrarbe. Nuestra pasión es explorar los entornos más salvajes, realizando actividades que no solo desafían nuestros límites, sino que también promueven el respeto por la naturaleza y cultivan la pasión por los deportes de montaña. Cada expedición es una oportunidad para aprender, superar límites y crear recuerdos imborrables.

Autor de la entrada: Alejandro Castellano, guía de media montaña y barrancos en la Cooperativa de Guías del Pirineo.

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