LAS CLAVIJAS DE COTATUERO Y CELIA, EL ÚLTIMO BUCARDO.
Poco sabemos sobre las clavijas de Salarons, más allá de que se instalaron en 1921 para facilitar el acceso al circo de Salarons. En cambio, ha trascendido mucha información sobre la historia de las clavijas de Cotatuero.
Su fecha de instalación fue en 1881 y el motivo fue que en el valle de ordesa se refugiaban las últimas cabras pirenaicas también conocidas como bucardos, que generaban un gran interés cinegético. Es por ello que acudieron muchos tiradores como Victor Brooke, Henry Halford o el Conde de Potocki, pero fue el ingés afincado en Pau, Edward Buxton, quien promocionó su fabricación puesto que prefería este itinerario para llegar a Gavarnie por la Brecha de Roland. Buxton encargó al herrero de Torla, Bartolomé Lafuente, la instalación de estas 33 clavijas, que colocó él mismo junto con la ayuda de su vecino de Torla, pescador de truchas, Miguel Bringola. El coste de este trabajo fue de 250 pesetas, que no resultaba un gran gasto puesto que Buxton venía desde Pau con 13 porteadores y los guías franceses Célestin y Antoine y un buen número de españoles que les ayudaban en las batidas. Además de pagar 350 francos anuales a los consejeros del pueblo de Torla para obtener los derechos de la caza del valle de Ordesa.
No obstante, Edward Buxton nunca llegó a utilizar las clavijas, pues tuvo que regresar a Inglaterra por la delicada salud de su hijo. El itinerario lo inauguraron Tissandier y el guía Pujo el 14 de Julio de 1892. El 12 de Julio de 1903, fueron utilizadas por los Cadier y el 26 de Septiembre de 1909 también Lucien Briet, quien dijo que “era una escalera inmutable y sólida, apropiada para loros…). No fue la única opinión desfavorable puesto que Henry Russell las criticó duramente porque, en su opinión, se había destrozado la montaña.
No podemos dejar de preguntarnos si merecía tanto la pena, ya no solo crear este paso para superar la entrada del circo de Cotatuero, sino pasar frío, enfrentarse a los peligrosas avalanchas y recorrer tantos kilómetros para cazar los bucardos.
Actualmente los bucardos están extinguidos, pero lo cierto es que pasaron desapercibidos durante mucho tiempo. En 1767 ya se nombraba al bucardo en un relato de Guillaume de Malesherbes que contaba la desaparición de la cabra pirenaica de Luchon, en la vertiente francesa del Pirineo y su presencia más habitual en la parte española, en concreto en los montes de San Juan de Plan donde era más habitual verlo, debido a la menor presencia humana.
No obstante, no fue hasta el 9 de Enero de 1837, cuando Heinrich Rudolf Schinz, profesor de Historia Natural en la universidad de Zurich, presentó al bucardo, o como lo llamaron en su momento cabra pirenaica, como una especie diferenciada de Ibex alpino, sobre todo por las diferencias en sus cuernos, barba y coloración del vientre y línea dorsal. Resulta curioso, ya que Schinz nunca pisó los Pirineos, sino que llegó a esta conclusión por una carta que le envió en 1935 Friedrich Brunch, notario de Mainz, Alemania, dueño de una gran colección de aves y animales silvestres, que se hizo con varios especímenes disecados y pudo apreciar las diferencias evidentes con el Ibex alpino. Además Schinz también recibió la piel de un bucardo de Monquin Tandon de Toulouse que le permitió observar las diferencias de coloración. Con toda esta información y sin llegar a ver un bucardo vivo, Schinz dio a conocer oficialmente el bucardo en toda Europa, lo que suscitó el gran interés por su observación y caza.
La población de bucardo no era muy extensa y la ansiada caza de este nuevo espécimen no ayudo a su conservación. Hay datos de 77 ejemplares cazados, pero sin duda, hubo muchos más y paso a ser un animal condenado a la extinción. En 1913 se prohibió la caza del bucardo, pero la población era tan pequeña que nunca se recuperó. En 1993 se aprobó el plan de recuperación del bucardo, cuando solo quedaban 10 ejemplares y 3 años después ya solo quedaban 4.
La última bucarda fue Celia, también conocida como Laña, una hembra estéril de 13 años y 53Kg. Desgraciadamente el 6 de Enero del 2000 Celia murió de forma trágica al ser golpeada por un abeto en una avalancha en la Faja de Pelay. Por suerte se consiguió capturarla para extraer su material genético con la esperanza de clonarlo en un futuro. Se consiguió que una cabra pariera una copia exacta de Celia, pero murió al poco de nacer por problemas respiratorios. En 2014 se volvió a intentar la fecundación in vitro de varias cabras pero todas sufrieron abortos. Es posible que en un futuro se vuelva a intentar, pero solo se obtuvo el material genético de una hembra por lo que habría que cruzarla con un macho de cabra montesa perdiéndose para siempre la pureza de la especie.
El cadáver de Celia fue trasladado a la Facultad Veterinaria de Zaragoza donde un equipo de 10 personas documentó hasta el último detalle de su cuerpo. Después se trasladó a León para seguir con los estudios y finalmente fue disecada. Durante 10 años estuvo en el taller de taxidermia de los Casapié en Zaragoza que se encargaron de su conservación y desde finales de 2012 puede verse en el centro de visitantes de Torla.
Es posible que Edward Buxton, en su ansia por cazar al bucardo (cazó solamente 4 especímenes), contribuyera con la instalación de las clavijas de Cotatuero a acelerar la extinción de la especie. Su preocupación por el deterioro de la naturaleza y sus esfuerzos por salvar el Epping Forest, uno de los bosques milenarios de Inglaterra y las continuas críticas a como afectaba la acción del hombre al valle de Ordesa con la tala indiscriminada de sus espectaculares hayas, nos hace pensar, que quizá, de saber cómo colaboró su peculiar proyecto al devenir del bucardo, es posible que hubiése mantenido este paso virgen y oculto a los buscadores del ansiado trofeo.
Fuentes: Desnivel. Heraldo. El Periodico de Aragón. Kees Woutersen, 2012, El Buscador de los Pirineos. Kees Woutersen Publicaciones.